Anochece. Desde mi jardín miro al cielo pienso y me pregunto.
No entiendo nada.
Francisco de Quevedo en el siglo XVII escribía un soneto clarividente que recorría la vida y contemplaba el anochecer.
El, si entendía.
Miré los muros de la patria mía,
si un tiempo fuertes, ya desmoronados,
de la carrera de la edad cansados,
por quien caduca ya su valentía.
Salíme al campo, vi que el sol bebía
los arroyos del hielo desatados;
y del monte quejosos los ganados,
que con sombras hurtó la luz al día.
Entré en mi casa: vi que amancillada
de anciana habitación era despojos;
mi báculo más corvo, y menos fuerte.
Vencida de la edad sentí mi espada,
y no hallé cosa en qué poner los ojos
que no fuese recuerdo de la muerte.
si un tiempo fuertes, ya desmoronados,
de la carrera de la edad cansados,
por quien caduca ya su valentía.
Salíme al campo, vi que el sol bebía
los arroyos del hielo desatados;
y del monte quejosos los ganados,
que con sombras hurtó la luz al día.
Entré en mi casa: vi que amancillada
de anciana habitación era despojos;
mi báculo más corvo, y menos fuerte.
Vencida de la edad sentí mi espada,
y no hallé cosa en qué poner los ojos
que no fuese recuerdo de la muerte.
El soneto de Quevedo que has publicado me hizo recordar que los leía cuando era adolescente (Aprendí de maestros españoles). La bulla de hoy, corriendo casi sin parar no nos da tiempo y paz para lograr este tipo de poemas.
ResponderEliminarGracias.