Otra vez los amigos de Facebook recuerdan la casa de mi abuelo que ya puse en otro momento así que aprovecho para terminar la exposición con una reflexión muy del momento.
Es la casa de mi abuelo en Quintana una aldea encantadora, perdida entre las montañas de Asturias, allí estaba la casa donde había pitas que ponían los huevos escondidos por el prado, donde se hacía el pan en casa y no había que ir a comprarlo, la leche se subía de la cuadra donde ordeñaban a las vacas y también donde había que ir en los momentos de apuro, todo muy natural, se cogían las berzas del huerto y con ellas se hacía el pote con morcilla y tocino que me pringaba la nariz, se comía mostura ese pan al que yo saboreaba su color amarillo ya que nunca había visto una cosa igual, mis tíos labraban la tierra que después cosechaban, se recogía la hierba que se metía luego en el pajar para que en invierno los animales pudieran comer.Todo esto para mí era una película que todos los veranos tenía la oportunidad de vivir y aprender.Lo de la calle de mi barrio y mis amigos del colegio eran otras formas y maneras.
Eran otros tiempos solidarios llenos de humanidad en los que las personas mayores eran fuertes y consideradas disponían de autoridad. Ahora la sociedad tiene prisa para deshacerse de ellos con sus despechos y tratos paternalistas y jubilarlos cuanto antes como si no tuvieran nada que enseñar o no fueran tan necesarios como siempre lo han sido y en estos momentos de penuria debido a la pandemia más ya que sus pensiones están ayudando y colaborando a salir adelante a muchas familias.
Es la casa de mi abuelo en Quintana una aldea encantadora, perdida entre las montañas de Asturias, allí estaba la casa donde había pitas que ponían los huevos escondidos por el prado, donde se hacía el pan en casa y no había que ir a comprarlo, la leche se subía de la cuadra donde ordeñaban a las vacas y también donde había que ir en los momentos de apuro, todo muy natural, se cogían las berzas del huerto y con ellas se hacía el pote con morcilla y tocino que me pringaba la nariz, se comía mostura ese pan al que yo saboreaba su color amarillo ya que nunca había visto una cosa igual, mis tíos labraban la tierra que después cosechaban, se recogía la hierba que se metía luego en el pajar para que en invierno los animales pudieran comer.Todo esto para mí era una película que todos los veranos tenía la oportunidad de vivir y aprender.Lo de la calle de mi barrio y mis amigos del colegio eran otras formas y maneras.
Eran otros tiempos solidarios llenos de humanidad en los que las personas mayores eran fuertes y consideradas disponían de autoridad. Ahora la sociedad tiene prisa para deshacerse de ellos con sus despechos y tratos paternalistas y jubilarlos cuanto antes como si no tuvieran nada que enseñar o no fueran tan necesarios como siempre lo han sido y en estos momentos de penuria debido a la pandemia más ya que sus pensiones están ayudando y colaborando a salir adelante a muchas familias.
Mi casa no fue tan vasta como la tuya pero más grande de la que solemos adquirir hoy en el mercado. Nuestros vecinos nos regalaron un gallo y una gallina. Tuvimos unas 60 gallinas. Se perdían igual que las tuyas. Echamos de menos una negrita y la dimos por perdida o robada, cuando sentimos que desde del fondo del patio provenía una algarabía grandiosa: era la negrita que venía a presentar a sus hijos, orgullosa y hambrienta.
ResponderEliminarMe has hecho emocionarme con tu entrada y tus recuerdos. Sí, también me da pena que antes los viejos éramos más respetados que ahora, inclusos cuando no tenían la razón.
Muchas gracias Vicente por tu atención.Un fuerte abrazo.
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